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sábado, 16 de marzo de 2013

CONOCIENDO AL PAPA FRANCISCO

Sus padres






Jorge Bergoglio, el papa Francisco, es recordado como un niño travieso que correteaba incansable por las escaleras del centenario colegio de la Misericordia en el barrio de Flores de Buenos Aires, donde comenzó a ir a la escuela y tomó su primera comunión, según relata a la AFP la hermana Martha Rabino, a cargo de la institución. "Era un diablo, un diablillo, muy travieso, como todo chico, ¡qué sabíamos que iba a ser el Papa!", dice entre risueña y sorprendida la hermana Martha, de 71 años, que lloró emocionada cuando escuchó que el nuevo padre de la Iglesia católica era ese hombre "que comparte con frecuencia el té con leche con las hermanas del colegio". "Los santos son así", apunta.





Barrio donde vivio el Papa



1950 Escuela secundaria
En esta parroquia del colegio De la Misericordia, a sólo dos cuadras de su casa natal, toda la familia Bergoglio asistía a misa cada domingo, y fue allí donde a los 9 años Jorge tomó su primera comunión y donde muchos años después, ya como sacerdote, ofició misa en cada acontecimiento importante de la congregación, con la que guarda un contacto permanente. "Era una familia que venía todos los domingos a misa, la mamá muy cristiana y piadosa, él sacó mucho de ella", opina Martha.


Pero en esta casa religiosa vivieron otras mujeres que marcaron su niñez y su espiritualidad, la hermana Rosa, su primera maestra a quien frecuentó hasta su muerte en 2012 a los 101 años, y la hermana Dolores, que le impartió catequesis y a quien lloró en una noche de encierro y oración contínua, cuando falleció hace dos años. "Le gustaba preguntarle a la hermana Rosa cómo era él cuando era niño, y la hermana que era viejita pero muy lúcida le respondía 'eras un diablo, ¿te mejoraste un poco?', y él se reía a carcajadas", relata Martha.

Según la religiosa, la hermana Dolores Tortolo, "fue otra de las monjas que él amó profundamente". "Fue su catequista cuando él tenía 8 años, y nunca la olvidó, la visitó hasta su muerte y cuando falleció pasó la noche entera en oración, se negó a tomar nada. El agradecía continuamente esta catequesis que le había dado Dolores", afirmó.

También lo recuerdan dando saltos en la escalera mientras memorizaba en voz alta las tablas de multiplicar, historias de su niñez que él disfrutaba escuchar. "La hermana Rosa le contaba 'me acuerdo cuando aprendiste las tablas en la escalera y entonces ibas saltando los escalones de dos en dos repitiendo: dos, cuatro, seis, incansable eras", dice Martha que aún habla de "el cardenal" y se corrige para decirle "el papa".



Bergoglio mantenía lazos afectivos inquebrantables con Flores, su barrio natal, donde vivió toda su infancia y donde tuvo la revelación de su vocación religiosa en la Basílica de San José de Flores, en la que oficiaba misa cada comienzo de Semana Santa. "Cuando presentó su renuncia como cardenal al cumplir 75 años, Benedicto XVI no se la aceptó, fue un visionario en no aceptarla.

 Bergoglio pensaba venirse a Flores; me dijo 'mis últimos días los pasó acá', pero Benedicto no lo dejó, posiblemente fue una inspiración del Espíritu Santo", evoca.





Martha se mueve despacio por los pasillos de la escuela debido a la artritis que afectó sus pies al punto de obligarla a calzar pantuflas. "Me cuesta caminar y levantarme, por mi artritis, pero cuando escuché ayer (por el miércoles) que él era el papa, me levanté de un salto de la silla, ese creo fue su primer milagro como Santo Padre", dice con picardía.

A la hora de definirlo, describe a Bergoglio como un "un hombre de bajo perfil, sereno, de gran espiritualidad, muy firme, pero accesible y sencillo, que siempre llegaba en el colectivo 132 y se negaba a tomar taxi", incluso si estaba enfermo.


Según opina, en sus primeras palabras como papa "se pintó entero cuando le pidió al pueblo la bendición, primero que lo bendigan a él y después él dio la bendición". En sus cartas que responde de puño y letra con una letra pequeña, prolija y meticulosa, "siempre termina poniendo: 'Recen por mi'",

"Ahora más que nunca tenemos que rezar por él. Es un regalo para la iglesia, es un aire fresco, como abrir las ventanas, como pasó con Juan XXIII", dice Martha.




Desde que llegó a obispo auxiliar de Buenos Aires no faltó en ningún aniversario de su primera comunión para oficiar misa, recuerda la hermana Teresa, quien asegura que pasó por allí hace unos días, cuando dijo: “Voy a Roma y vuelvo porque tengo que organizar la Semana Santa”. “Ahora la organizará en el Vaticano, porque se lo hemos entregado a la Iglesia”, comentó.

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